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SOLEDAD MARISMEÑA

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SOLEDAD MARISMEÑA: Acerca de

¿Qué ojos verdes ni ojos verdes? Toros con la verdad en la punta de los pitones. La verdad astifina que no gusta ni complace a ninguno. Porque es palabrita del niño de dios, porque es pureza del sentimiento y porque a ti te da la torera gana. 

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¿Qué ojos verdes ni toros de Gerión? La tierra salada en las pezuñas y el aire que bambolea el rio Grande por entre las encinas. El grito del mayoral que se arrebuja con la marea que sientes cuando el sueño te acurruca, con el rumor de las campanas de San Bartolomé al fondo. El escalofrío y la pesadilla que te araña. La oscuridad que te rodea hasta cuando es de día.

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—Enciende la luz.

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Sales a la calle cansado. Harto del mismo día que se repite. De escuchar los mismos embustes, los mismos cuchicheos tras tus anchas espaldas de hombre de campo. Sales a las plazas y cabalgas sobre la conciencia del que te quiso hacer cal y guitarra. A ti, que fuiste cemento y arpa, la finura de Andalucía entre los deslucidos alamares de la historia que ya era historia.

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—Dale a la perilla. Enciende la luz.

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Y despierta. Despiértate del sueño que abrazas y no permitas que la memoria te arañe el alma. Y cabalga, centauro, ante el hondo rugido de los vengadores y los enanos. Tú que eres el rey, que reinos cercenas, de los centauros que guían las huestes de las letras. No hagas caso ni escuches a los eunucos que quieren subirse ahora -¿ahora?- al lomo tu jaca. Centauro que apresas la palabra por entre los recovecos del verso. Centauro córneo zueco.

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¿Qué ojos verdes ni paraísos perdidos? Qué lejos tu vida de nuestras narices, Fernando. Qué lejos tu pasión de nuestra monotonía. La pasión en el morrillo de la bestia. Los ojos de la melancolía que miran sin querer ser vistos. Las manos charranas de la bondad.

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¿Qué ojos verdes ni ojos verdes? Todo lo que han dicho de ti es mentira. Sólo tú eres cierto, Fernando. Porque a estas horas de la mañana, en la que ya estás irremediablemente muerto, la mentira se desparrama por los regajos y los arroyos, por entre los jaramagos y el alpiste. Y queda tu verdad –tu verdad rotunda- a lo sombra de un olivo.

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Eduardo J. Pastor Rodríguez

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