top of page

XXIII Certamen Literario de Declaraciones de Amor

Obras premiadas

XXIII Declaraciones de Amor: Acerca de
declaraciones de amor 08

LOS RINCONES DE MIS ANHELOS

I PREMIO

Hoy, debruzado sobre el alféizar, la vista se me ha ido por la ventana huidiza ante esta ciudad a veces despótica, a veces intratable, que suele marcarnos con indiferencia un destino ineludible en el que se sumergen las horas y que, a veces, acaba devorando esperanzas y anhelos. 

   Repasando ese paisaje de edificios desangelados, rodeado del estridor del tráfico, de los pasos apresurados de la gente, he sido consciente del ritmo que la vida impone y que tan a menudo nos lleva a arrumbar en el trastero sueños e ilusiones, a relegar en un segundo plano esos frutos que la existencia a breves instantes se aviene a dejarnos degustar, esos frutos que tan a menudo deglutimos a bocanadas sin paladearlos apenas, acostumbrados como estamos a medir los segundos como urgencias. 

   Me ha dado entonces por pensar en ti, en nosotros, en el tiempo (siempre vulnerable y huidizo) que nos cohabita -que siempre se me antoja excesivamente conciso y breve- y que tan a menudo no nos pertenece. Ese tiempo que cada día parece apresurar más las agujas, que nos desune atándonos a obligaciones y quehaceres, que detiene a su antojo el diapasón que tendría que marcar las horas que compartimos. 

   Algo de rabia he sentido ante todo aquello que se interpone entre nosotros mientras me llevaba la taza de café a los labios mirando tu silla vacía, echándote de menos como siempre que no estás a mi lado. Porque me falta tu risa, tu voz, el reflejo de tus ojos, ese cómplice sentimiento que representa mucho más que compañía. 

   

Imbuido en ese silencio que cuando no estás asola nuestra casa, he vuelto a revelarme contra este mundo y sus rarezas, que quisiera cambiar, pero no puedo. Y ante este soliloquio que tantas veces mantengo ante tu obligada ausencia, he querido hacerte partícipe de mis pensamientos en estas desvaídas líneas que quizás no sean más que naderías que uno siente al bies de algún momento de nostalgia. Pero tal vez, esas astillas de sentimientos constituyan la elocuencia consentida de que eres la parte más importante de mi vida.  

   Porque con los años se gana conciencia sobre lo efímero del tiempo que vivimos, que tan solo constituye un fugaz tránsito del que debemos atesorar con avaricia esos instantes felices -aunque por desidia o dejadez a menudo no los valoremos-, porque al fin y al cabo, representan el único eficaz alivio ante el deliquio y la ignavia que suelen acompañar a eso que llamamos existencia.

   

No puedo negar que la edad, a la par que cincela surcos en la piel, arranca pellizcos a sueños e ilusiones. Que la rutina suele acumular cansancios que paulatinamente agostan fragancias y ensueños. Pero así es la vida: un claroscuro que oscila entre las sombras y las luces, que dispone o arrebata felicidades o tristezas.

   Las páginas de ese almanaque que un día decidimos arrancar juntos nos han prodigado ensueños y júbilos, pero también han destilado légamos y areniscas, esos sinsabores inherentes a la existencia y a la condición humana. Y es que deambular eternamente por el paraíso será lujo de dioses, no de humanos. Pero por encima de todas las cuitas que la vida pueda dispensarnos, me consuela saber que bajo un cielo radiante o anublado, junto a un firmamento estrellado o tintado en azabache, frente a la luz o ante las sombras… estamos los dos. Esa hermandad de nuestros cuerpos que ya no saben vivir por separado. 

   Ahora, hojeando el envés de este tiempo que flaquea ante esas disquisiciones que a menudo mantengo, recojo en estas líneas mis pensamientos para que nunca los arrastre el viento del olvido que tan a menudo acusamos los humanos, para recrearme en la certeza de que no vivo un espejismo.

   Porque lo cierto es que no puedo dejar de amarte aun entre horas, por eso cierro los ojos tantas veces imaginándote celeste prendida a mí. Por ello, a cada instante evoco el color de tus ojos, el trigueño de tus cabellos, las palomas inquietas de tus manos, esa ternura mimética que exhalas por la que recorrería todos los laberintos del universo. 

   A mi lado caminan siempre tu sonrisa, el talismán de tu mirada, el calor de tu carne, el tintineo de tu risa, el mohín pícaro que se enciende en tus labios cuando me pinchas porque algo he hecho mal, el entramado dulce de tus abrazos y el diáfano de tu voz. 

   Porque junto a ti aprendí a navegar las aguas a veces alebrestadas de la vida. Porque tú me enseñaste a valorar las pequeñas cosas, a mirar de frente, a recoger mis sueños y a engalanarme con ellos enredándolos a tu imagen.

   Y siento que me has dado tanto… tus manos para reconfortar las mías, un regazo donde apoyar mis ansias y temores; la fe para ser capaz de volver sobre mis pasos y recoger aquellas ilusiones que en algún momento cayeron de mis bolsillos. Porque sigues creyendo en mí, porque soportas mis defectos. 

   

Por eso, voy a prometerte parafraseando la pródiga ilusión que nos acompañaba en los primeros encuentros, que intentaré sorprenderte aunque solo sea una pizca cada día, que forjaré para ti un mundo relleno de fantasías, que cosecharé nuevos poemas que como pespuntes de luciérnagas enciendan el cielo de tus ojos. Que apagaremos luces y prenderemos velas para que el claroscuro de nuestros cuerpos se confunda con las sombras mientras recreamos al tacto, milímetro a milímetro, nuestras fisonomías, como si el tiempo estuviese próximo a extinguirse.

   Que recogeré tu pelo en dos coletas amándote ya desde la niña que fuiste -que para mí aún continúas siendo- para confiarme de los celos de tu infancia y acompasar así tus pasos hasta llegar a la mujer que eres. Que apuraremos juntos esas melodías que te gustan mientras tu voz las deja caer en mis oídos, arrullando mis sentidos como los primeros verbos de amar que un día conjugamos.

   Porque no sé qué sería de mí sin tener a mi lado tu realidad, tu calor, el fragmento de cielo de tus ojos, tus pellizcos de ternura que acrisolan tantos sentimientos.

   

Y es que no puedo evitar amarte un poco más cada día. Porque, inevitablemente, todos los rincones de mis anhelos los ocupas tú. 

 

                                                                       Recibe un beso enamorado…

Alfonso Sergio Barragán Rincón

XXIII Declaraciones de Amor: Texto
87283093_2505377183035132_53471586019012

MARIPOSAS

II PREMIO

     Querida Carmen: 

     No creas que ha sido fácil decidirme a escribirte esta carta, llevo dándole vueltas desde ese sábado plomizo en que accidentalmente tropecé  con tus cosas. Me imagino la cara de asombro que pondrás cuando descubras mi nombre en el remite, lo más seguro es que ni siquiera me recuerdes, y que en el mejor de los casos, tu memoria guarde a un joven que nada tiene que ver con el caballero avejentado y canoso que yo encuentro cada día en el espejo. 

     Ya te digo que posiblemente fue el escenario desolado de aquel sábado. Estoy casi seguro que fue la letanía cansina de una lluvia que se empeñaba en oscurecerlo todo. No pude escaparme del asedio gris de su humedad, ni del sonido sordo del agua precipitándose con fuerza  sobre el asfalto mojado.

    Aquella lluvia furiosa me cogió desprevenido, no me dio tiempo a cerrar ni el corazón ni las ventanas y me caló de pesadumbre y desierto.   Mi soledad pareció brotar como las setas que esperan atentas que se empapen los montes. Se volvió densa y plúmbea como la tarde, hasta hacerme resbalar en un vacío inmenso.  En el instante en que sentí más fuerte el nudo que amarró la soledad a mi garganta, decidí que era el momento propicio para buscarlas. 

     Supongo que aún no entiendes por qué no he tenido más remedio que escribirte, sé que sólo consigo dar rodeos que te estarán dejando cada vez más desconcertada.  Es difícil explicarme, mucho más para mí, a quien siempre le dieron alergia las palabras escritas. Intentaré empezar por el principio. 

     En realidad el principio de todo simplemente fue el final, el final de nuestra historia. Éramos solo dos chiquillos que teníamos sueños y prisas. Yo prisa por aprender verbos nuevos, tú prisa por aprender a bailar con la vida. De nada sirvió que descubriésemos aquel cosquilleo de hormigas en las manos ni que sintiésemos el jaleo de mariposas que revoloteaban con nosotros cada vez que estábamos juntos. Nuestras prisas nos alejaron con un adiós tan improvisado como inconsciente. 

     Yo me marché de tu lado apenas sin hacerme preguntas, pero con la sensación de estar perdiendo algo irremplazable, tal vez por eso me decidí a recoger aquellas mariposas que se quedaban sin rumbo. Me las llevé y las alojé con cuidado en un rincón oscuro que no he abierto hasta la otra tarde. Traté de olvidarlas, aunque siempre supe que estaban ahí. Las escuchaba quejarse en las noches de frío. Alguna vez sentí la tentación de arroparlas y dejar que me mecieran con sus alas efímeras, pero nunca tuve el tiempo necesario para hacerlo. Los minutos siempre apremiaron mis pasos y se tragaron los días y los años sin que apenas me diera cuenta de que el vacío se estaba apoderando de mí.

     Espero que a ti la vida te haya tratado con ternura en estos años, yo no me quejo demasiado, si bien muchas veces he sentido que se me estaba escapando mientras  me dejaba llevar por su ritmo frenético. Nunca tuve tiempo para enfrascarme de lleno en amores desmedidos, ni volví nunca más a sentir premuras en las manos. No quise desperdiciar el tiempo llenándolo de sentimientos ridículos y palabras empalagosas, aunque te repito que muchas veces eché de menos la compañía de aquellas mariposas que revoloteaban juguetonas siempre que estábamos juntos. 

     Por eso aquel sábado plomizo, cuando el vacío me inundó con todo su peso, no tuve más remedio que buscarlas.  Me acerqué al rincón donde las dejé apostadas hace tantos años y allí las encontré dormidas y silenciosas. Las desperté con mimo y las  dejé volar a mi alrededor como entonces, cuando acompañaban nuestros pasos. De pronto sentí una sensación de plenitud que me alivió  la soledad y me devolvió la emoción que había escondido junto a ellas. El gris de la tarde se volvió cálido y la lluvia me abrigó con su voz serena. De repente me di cuenta. Aquel rincón estaba lleno de cosas importantes que yo había desalojado de mi memoria. 

     Me encontré tantas cosas tuyas que no he tenido más remedio que escribirte. Siento que no debo quedármelas sin tu consentimiento, ya sé que las tengo desde hace muchos años, pero créeme que no sospeché jamás que la luz de tu sonrisa se había quedado enredada entre las alas, ni que el brillo de tus ojos iluminaba aquel rincón tan sombrío. Allí estaban  tus palabras, el incendio de tu piel, la ternura de tus dedos, el aroma inocente de tu pecho, la candidez de  tu espalda…

     Me quedé tan perplejo como tú misma puedas estarlo cuando tengas esta carta entre tus manos. En realidad reconozco que quisiera quedarme tus cosas para siempre, son el único recurso si el vacío me asalta de nuevo. Es posible que ni siquiera las hayas echado en falta; así que si no te importa y me das permiso, las dejaré colocadas en el lugar de siempre para poder saborearlas, para poder acariciarlas con el mayor esmero.     Con cariño,  

El chico de los pantalones cortos.  

MANUELA PADIAL SÁNCHEZ

XXIII Declaraciones de Amor: Texto
declaraciones de amor 05

CUANDO NO ESTÁS CONMIGO

III Premio

Rocío:


Mi vida sin ti, amor, no tiene ningún sentido. Resulta imposible dejar de pensarte.
Cuando no estás conmigo, cargo con la pena sobre mis hombros y la tristeza es el tormento de los días que transcurren solitarios sin ti.
Mentiría si te digo que no recuerdo cada segundo de tu ausencia.
Fuimos poesía, un verbo propio, hicimos de las caricias delirio.
Se hace difícil creer en el amor si tú no estás. Miro al pasado y el dolor es más intenso, más fuerte.
Te extraño tanto que los recuerdos que tengo contigo entristecen al corazón.
¿Qué decirte para que regreses? ¿Qué promesa es tan fuerte como para obrar el milagro? 
Siento que el tiempo se escapa, así como tú. Que la vida pasa a una velocidad diferente. 
Distancia que arremetes contra mí, interpones silencio a las preguntas, ni siquiera sé el porqué de tu adiós. 
No tenías, o eso quiero creer yo, motivo o razón por la que huir de un amor sincero. 
Rocío, sigo aquí, en el que fue nuestro hogar, conservando el aroma de tu piel, guardando el sabor de tus besos. Sigo a la espera de escuchar sonar el timbre y que seas tú a quien encuentre al otro lado de la puerta. Sigues tan presente en cada rincón como lo está tu ausencia, que deja soledad y añoranza por las miradas cómplices.
Rocío, regresa al lugar donde nos enamoramos, vuelve a casa, que sin ti la vida no es vida, ni queda rastro de la felicidad a tu lado.

 

Te quiere,

 

Andrés 

Noelia Pérez Pedrosa

XXIII Declaraciones de Amor: Texto
87145558_2505376406368543_49913081618570

SILENCIO

PREMIO MEJOR COMPOSICIÓN LOCAL

¡Shhh! Silencio. Lo único que se escucha es... nada. Tal vez, de fondo, el aleteo de algún insecto incansable e inalcanzable. O ese ruido tan molesto que un viejo tubo fluorescente hace para llamar la atención desde la cocina (y eso que está apagado).

 

¡Shhh! Que nadie haga ruido. Solo prestad atención. Que este público invisible sea espectador de la miseria que rodea a un hombre que ha jugado con su suerte. Que ha tensado tanto la cuerda que en el momento que se ha roto, su mundo se ha venido abajo. Como si una avalancha de bolas de papel se desplomara sobre esa agrupación de moscas que revolotean encima de lo que parece ser los restos de la cena de la pasada noche.

 

Y en ese rincón olvidado, donde todo pasa desapercibido, una vieja televisión se encontraba encendida, pero sin volumen. Por enésima vez están dando uno de los primeros capítulos de Friends. Sólo se ven labios moverse. Ya perdió la gracia.

 

¡Shhh! Los recuerdos me juegan malas pasadas. Pero el silencio ensordecedor es mi mayor enemigo. Me ataca. Me absorbe. Me retiene. Hace que dude de la conjunción de mi propio ser y de mis insípidos pensamientos.

 

¡Shhh! Por favor, que nadie haga más ruido. No callen palabras que no buscan destinos. Me refugio en mi esquina de esquizofrenia. Esa donde la luz de la lámpara no me embiste y soy dueño de inventar mis propias reflexiones. Pero la vuelta a ese pasado transgresor siempre me lleva a ti.

 

¡Shhh! Por favor, no esgrimas tu nombre. No claves ese viejo puñal ensangrentado de palabras en un corazón que se encuentra desgarrado por no saber nada de tu ser. Qué extraño que la dulzura de tu voz se alce para llenar cada recoveco de mi alma, como si fuese el canto de un ruiseñor. Qué añoranza que la luz de tu alma no se arriesgue a iluminar el camino hacia mi redención, que rememore tus pasos sigilosos cuando te acercabas por detrás, me abrazabas con fuerza y el poco oxígeno que quedaba en mis pulmones se congelaba y salía como brisa que escapa de las garras del mar.

 

¡Shhh! ¿Qué es ese ruido? Un móvil se despertaba de su letargo. No recordaba qué tenía que hacer con él. ¿Tendría que cogerlo? ¿Le podía rogar que guardara silencio? Era la forma en la que alguna vez sonaban mis mensajes. De eso estaba seguro. Aunque hacía muchos miles de minutos (más que miles) que no recibía uno de esos de nadie. Busqué desesperadamente el aparato rudimentario que hacía ese molesto escándalo. Lo encontré a la deriva en un océano de ropa perdida. Me acerqué sigilosamente. Me daba miedo. Un susto que tenía metido en el cuerpo y no podía deshacerme de él. Lo agarré con la mano temblorosa. Sentía como si un batallón de hormigas se adueñara de mi brazo. Esos bichos de ocho patas (o miles más) que me los imaginaba con cascos y uniformes de soldados, atacaban mi extremidad. Y casi logran que el móvil se estrellara contra el suelo.

 

Pero todo se detuvo. Nada se movía. El tiempo se ralentizaba. Fue cuando tu nombre apareció en la pantalla. Me quedé helado. Aunque sin lógica, ya que el fuego recorría mis venas.

 

Atiné a desbloquear la pantalla y allí apareció tu mensaje: “Te amo… con locura y con razón”.

 

Y de repente, todo volvió a la normalidad. La luz de la casa brillaba. Los chistes de Joey en Friends volvían a hacerme gracia. Hasta las moscas parecían integrantes de una filarmónica que, al unísono, entonaban una bella canción.

 

Alguien pensará que soy un exagerado. Pero no verte desde ayer logra que mi mundo se derrumbe. Está claro que una palabra tuya, bastará para... bueno, no voy a venir a robarle las frases a nadie a esta altura de mi vida.

 

Solo sé que te amo. Y que cada segundo separado de ti, para mí, es una eternidad

Martín H. Fernández Chaine.

XXIII Declaraciones de Amor: Texto
XXIII Declaraciones de Amor: Galería
XXIII Declaraciones de Amor: Video
bottom of page